Almería tiene su Finisterre particular en Cabo de Gata, donde un intimidante faro parece poner la frontera de dos mares. Y así es para los marineros, pues el mar de Alborán es el que se extiende hacia poniente y el Mediterráneo hacia levante. Si esto no es suficiente encanto, aquí van cuatro razones para enamorarnos de este cabo que da nombre a uno de los Parques Naturales más amados.
La casa de las focas: el Arrecife de las Sirenas
Subir al Faro en esa carreterita, que a veces se asoma con vértigo al mar, es todo un desafío y una experiencia que tiene como premio esa bajada tan pronunciada que nos lleva al Faro. Allí, como hecho a propósito, está de fondo el arrecife de las Sirenas, en honor de las focas monje que poblaron hace tiempo esos roquedos y que de lejos, asemejaban, formas humanas.
Una playa con sorpresa: El Corralete
A nuestra derecha, un caminito nos lleva a la cala de El Corralete, una playa de arena fina y que dispone de un fondo marino en la misma orilla y que podremos admirar sin ser expertos buceadores.
Las joyas de la corona
Antes de llegar al faro, una carretera (por llamarlo de alguna manera dados los socavones como cráteres que hay) que nos lleva hasta la Vela Blanca. Por el camino, algunas de las calas más admiradas del Parque como Cala Rajá.
Juegos recreativos para gigantes
Las disyunciones columnares es una de las formas más caprichosas de la geología volcánica que podemos apreciar en esta ruta pues, si seguimos por la carretera a Cala Rajá, a eso de un kilómetro, hay que tomar un camino que nos lleva a Cala Arena, donde podremos pararnos a ver esas construcciones hexagonales naturales que fueron aprovechadas para hacer calles y suelos.
Localización: Faro de Cabo de Gata
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