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La ciudad de las galerías subterráneas

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Es más que probable que a los encargados de construir los refugios subterráneos de Almería jamás les pasara por la cabeza que aquellas galerías, levantadas con la finalidad de salvar vidas entre la población civil almeriense, terminarían convirtiéndose en uno de los principales atractivos turísticos y culturales de la provincia. Sin embargo, así ha sido; en un tiempo récord y durante la Guerra Civil Española (1936-1939), estos refugios ocultos en el subsuelo del centro de la ciudad acogieron a miles de personas, ofreciéndoles protección contra los continuos bombardeos aéreos que se producían entonces.

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La construcción de los refugios se inició en octubre de 1936, es decir, tres meses después de la sublevación militar protagonizada por los generales rebeldes Queipo de Llano, Emilio Mola y Francisco Franco. El proyecto fue encargado al arquitecto municipal Guillermo Langle (1895 – 1981), apenas asumido el mandato del gobernador civil Gabriel Morón Díaz. Participaron también, el ingeniero de minas Carlos Fernández Celaya, de la Jefatura de Minas, y el ingeniero de caminos  José Fornieles, de la jefatura de Obras Públicas. Su planificación responde a una idea global e integradora de protección en todas las áreas de la capital, y se estima que llegaron a proteger a unos 40.000 almerienses.

Desde el Gobierno de la República, se vio la necesidad de elaborar un plan que permitiera proteger a toda la población almeriense, que rondaba en ese momento los 50.000 habitantes. Así, se le asignaron 4.500.000 pesetas gestionadas por una Comisión Mixta de Refugios, encargada de coordinar las distintas alternativas que iban surgiendo, y que estaba formada por dos concejales, el arquitecto municipal y dos representantes del Frente Popular.

Estos refugios se estructuraron bajo dos patrones distintos. Por un lado, la realización de pequeñas estructuras independientes que tenían capacidad para las personas que vivían en sus proximidades (plaza de toros, zona portuaria, la catedral, la estación, etc.). Por otro lado, organizando una gran galería que recorría el subsuelo del Paseo de Almería y que, al igual que ocurre en la actualidad, era una de las arterias principales de la ciudad y concebida para albergar al núcleo principal de la población. La gran galería del Paseo de Almería se construyó perpendicular al puerto marítimo, lo que minimizaba los daños causados por los bombardeos de acorazados lanzados desde el mar.

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Almería llegó a contar con más de cien entradas a estos refugios, según pueden verse en los planos generales (algunas de esas entradas se han reconvertido hoy en kioscos o pequeños bares). Sin embargo, no puede precisarse la cifra con exactitud, ya que muchos fueron sellados
por sus usuarios o dueños cuando dejaron de ser necesarios. Está asumido que la existencia de algunos nunca llegó a conocerse,  debido al secretismo de sus propietarios. Por el contrario, otros almerienses dejaban abiertas las puertas de sus casas, con un letrero en el que escribieron la palabra “refugio”, para que entraran en él todos aquellos que lo necesitara.

En España destacan los recientemente recuperados refugios antiaéreos de Jaén (iniciados en 1935), Cartagena, Valencia y Barcelona. A diferencia de los citados,  que se conservan parcialmente, los documentados en Almería han llegado hasta nuestros días prácticamente íntegros en su totalidad.

El visitante de los refugios subterráneos de la capital almeriense se encontrará con las galerías propiamente dichas (donde experimentará en sus carnes la claustrofóbica sensación que vivían nuestros antepasados), así como el almacén-despensa (clave  para resistir estancias prolongadas bajo tierra), el hospital donde se atendía a los heridos (con sala de espera, quirófano o sala de curas) y la habitación privada que el arquitecto de esta construcción-fortaleza, Guillermo Langle, se hizo construir para su familia.

Entrada a la galería rehabilitada: Plaza Manuel Pérez García.

Teléfono de información y reservas: 950 26 86 96

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Sobre el autor

No hay cantina de ningún puerto donde este pirata no haya fondeado. Gran experto en la navegación nocturna, tiene una visión prodigiosa para avistar garitos en los que poder echar unos buenos tragos de ron. Su instinto innato para la fiesta nos lleva a los lugares más insólitos. Disfruta tanto de la noche como del día y cuando los primeros rayos de sol entran por los camarotes, este pirata se pone sus mejores galas para pasear por museos, librerías, exposiciones y salas de arte.